Todo productor de vino espera este día más que nada en el mundo. Se verá el resultado de todo un año cuidando la viña: regarla, podarla, sulfatarla, volver a podar las puntas si hace falta, sulfatar y sulfatar. Mimarla hasta el cansancio.
Pero este año todo este esfuerzo no sirvió para casi nada. Mala, malísima cosecha en toda la zona. La comúnmente conocida ceniza dejó la cosecha en un tercio en el mejor de los casos.
Pero bueno, es lo que toca y a mal día buena cara. Y eso que cuando empezamos estaba lloviendo.
A muy temprana hora de la mañana se reúnen los integrantes de las cuadrillas de vendimiadores, que sin prisa pero sin pausa (lo mejor es que el sol no caliente las uvas para que cuando lleguen al lagar puedan empezar una fermentación en las mejores condiciones) empiezan a cortar y separar las uvas aptas de las no aptas destinadas al vino. Hay familiares y amigos, ancianos y jóvenes, mujeres y hombres, niños y algún que otro bebé que pasa a saludarnos.
Este es el día que muchos esperamos porque es el único en todo el año que coincidimos.
Tijeras de podar en mano, o cuchillos en algunos casos (hay que tener destreza para no dañar el racimo y para no cortarse), se distribuyen los grupos y empieza el trabajo. Este año, como hay mucho que seleccionar pero poca uva, todos se unen en un solo grupo.
Mientras unos cortan, otros trasladan las cestas a la bodega. Allí se separan las uvas del racimo a través de una máquina y son transportadas al lagar. Avanzan las horas y sube el nivel de mosto (muy poco este año). La persona responsable de la despalilladora vigila que en la entrada de los racimos a la bodega no se cuelen hojas o racimos no válidos para la fermentación.
Por su parte, los niños corretean de un lado para el otro. Los no tan niños se encargan de entretenerlos. La cocinera a lo suyo: preparar la primera parada y el almuerzo.
Entre los temas de conversación, lo típico. Menos de las uvas, de todo lo que se le ocurra al personal: la familia, el fútbol, los niños empiezan el cole, el trabajo, la falta de trabajo, el gobierno, la prensa rosa, etc, etc. Pero al bodeguero, que al mismo tiempo que corta los racimos va supervisando todo el proceso, todos estos temas los atiende superficialmente. Su pensamiento sólo está en el vino que se obtendrá este año.
Próxima parada: descanso. Media cosecha realizada. Hay que restituir las fuerzas perdidas. Un par de vasitos de vino de la anterior cosecha, un par de pinchitos de pan con chorizo, queso, salchichón y mortadela y unas carcajadas añadidas.
Volvemos al trabajo. Algo más de uvas y algo más de mosto. Más risas y más cansancio. Pero todo tiene su fin y la vendimia no iba a ser menos. Al final todo el mundo pregunta sobre la cosecha. Si ha sido buena o no, si era lo que se esperaba o nos sorprendió el resultado. El caso, es comentar algo. Y cómo no, esto es como el fútbol: todo el mundo sabe sobre el tema: “este año va a salir un buen vino”, “ le noto al mosto un color más oscuro que el año anterior”, etc, etc.
El bodeguero ya había preparado en los días anteriores a la vendimia las barricas, donde tras fermentar durante unas cuarenta y ocho horas, va a ser depositado el mosto para que siga su proceso de elaboración.
Toca limpieza de material y máquinas usadas. Toca beberse un par de vasos más de vino y dar las gracias al cielo por no descargar la lluvia amenazante de primera hora o por no haber sido un día fuerte de calor. Y toca, sobre todo, almorzar. Gofio amasado, papas, pescado salado, mojo de azafrán, ensalada y frutas, todo aliñado con un buen vino y una agradable conversación. Al final, el café y la partida de cartas entre los de siempre.
Unos se van y otros se han ido: los más se quedan a la sobremesa. Termina la jornada y hasta otro año si Dios quiere. A partir de ahora, es cosa sólo del bodeguero. ¡Suerte con el vino amigo!
- ¡Hasta el año que viene señores y señoras!
- ¡Hasta la próxima vendimia!